Chapter 1: Fuego
Chapter Text
[Mini-Fic]
La Doncella de la Muerte
—Death Mask & Helena—
Con su mente hecha un desastre y su cuerpo encendido en llamas, sediento del de él, Helena no sabe qué hacer. Lo único de lo que ella está segura es que no quiere que se detenga. Qué jamás se aleje.
Disclaimer:
Saint Seiya © Masami Kurumada
La Doncella de la Muerte © Adilay Fanficker
Advertencias: Capítulos cortos. | Lemon. | Lenguaje vulgar.
Notas:
Sinceramente muchas cosas no me gustaron de la saga SOG, la más fuerte (para mí) fue que tuvieran que enfermar a Hilda para darle el protagonismo a Lyfia. Yo no le vi el sentido a eso pero bueno, Lyfia no me cae mal y sin embargo esto me enfadó mucho ya que Hilda ha sido uno de mis personajes femeninos favoritos de todo SS.
En fin.
Me encantó la interacción entre Helena y Death Mask, estoy segura de que habrían hecho una linda pareja además de que se nota que en definitiva, cuando el amor te golpea en la cara no lo hace con delicadeza. Pobre Death Mask, cuando finalmente había encontrado su razón para ser un hombre diferente (bueno), el desgraciado de Loki va y la mata.
En fin, tampoco me gustó en lo absoluto el papel que desempeñó Loki. En la mitología nórdica hay muchos dioses (más agresivos) que pudieron haber sido el “malo” en turno como para tomar al más cliché.
Pero bueno. Ojalá les guste este mini fic que voy a hacer en honor a Death Mask y Helena.
Espero sea de su agrado.
Los capítulos serán cortos (demasiado). Les recuerdo ja.
I
FUEGO
El sol hace ya mucho que se había marchado, dejando a las heladas tierras de Asgard en la profunda penumbra.
Como decía la leyenda, la tierra de los dioses nórdicos en el planeta de los mortales estaba en constante peligro, eternamente en estado alerta debido a las bajas temperaturas y los enfermos que los terribles vientos ocasionaban. Además estaba la falta de alimentos en condiciones y los numerosos animales salvajes, que de vez en cuando, atravesaban las murallas del pueblo e intentaban hacer de las suyas si es que los caballeros al servicio de la Dama Hilda no los detenían.
Todas las casas a estas horas deberían estar en silencio y a oscuras. Las chimeneas apagadas y con sus residentes descansando en la comodidad de sus camas para recibir un nuevo mañana de trabajo duro.
A excepción de ellos…
—Se-señor… —suspiraba Helena, aferrándose a la espalda desnuda de su amante, con el mentón recargado en uno de sus hombros y sus manos delineando cada músculo que pudiese tocar entremedio de los rudos movimientos—. E-esto e-es… e-es de-demasi-ado.
Afuera de la casa, la temperatura podría estar rozando los -20 grados centígrados o menos, pero adentro de la alcoba de la florista de Asgard, cualquiera podría entrar y quemarse.
Imposibilitada para hacer algo más que retorcerse bajo el dominio del hombre, Helena llevó su boca al hombro fornido y acalló sus gemidos con él. Con su cuerpo siendo manejado a la voluntad de él; oyéndolo gruñir; sintiéndolo adentrándose más y más profundo en su cuerpo.
Se sentía incapaz de contenerse; si tan solo sus pequeños hermanitos no estuviesen en la alcoba continua ya estaría gritando el nombre de su amante hasta que la garganta le sangrase.
El placer que la embargaba era insostenible, si tan sólo con verlo a los ojos sentía que moría a sus pies, tenerlo tan ansioso por saborearla y complacerla le producía una sensación satisfactoria. Tan gloriosa como infernal. Dulce y cruel, así como lo era él.
«¡Ma-más! ¡Po-por favor, más!» ella no supo si lo acalló o lo pensó. Sea como sea, él pareció oirla pues sus acometidas se hicieron más intensas.
Helena lo mordió a punto de gritar.
Era curioso, pero desde que lo conoció ella supo que su vida cambiaría. No de este modo, por supuesto.
Para bien y para mal, desde que el Caballero Death Mask se había cruzado en su camino, sus problemas de dinero se habían terminado. Aunque ella lo desaprobase, debía admitir que el hombre no sólo era un adicto más a los problemas y a la cerveza fría, sino también a la victoria. Esa que combinaba bien con la suerte inusual que lo acompañaba a donde sea que apostase.
No es que él fuese un adicto a las apuestas y el alcohol, Death Mask sabía cuándo parar, en qué momento bajar las cartas para retirarse al ver un juego nada favorable.
Por mucho que a Helena le disgustase que él no la oyese sobre conseguirse un trabajo más honorable, algo normal, simplemente no podía evitar sentirse insanamente atraída hacia él como el metal al imán.
No sabía exactamente qué clase de magia obraba él en ella para que Helena se olvidase de todo cuando la miraba a los ojos mientras se acercaba. Cuando daba el primer beso y le quitaba la ropa. Cuando exponía su piel desnuda y en vez se sentirse coibida, Helena se pensaba que ella era la mujer más bella del universo; la más deseada.
No tenía sentido, pero Helena desde hace algún tiempo dejó de preocuparse por eso.
Aquel encantador estilo de tipo duro, confiado y guiado por sus propias reglas le alimentaba la autoestima que ella nunca pudo desarrollar bien por sus propias dudas. La muerte de sus padres, la misión de cuidar de sus hermanos; servirles de guía y modelo a seguir, la obligación de ser la encargada de llevar el pan a la mesa bajo el trabajo duro, y más tarde la enfermedad que estuvo a punto de llevarse su vida.
Todo aquello acabó con su sentido aventurero, ese del que Death Mask parecía abusar. Como si de algún modo ambos se complementaran.
Ella aún recordaba la preocupación que la embargó durante largos meses por creer que moriría y dejaría a sus pequeños hermanos desprotegidos. Hasta que llegó él como quien fue invitado y se adjudicó gestos de nobleza que no tenía por qué mostrar hacia ella y su familia.
Desde ese momento Helena supo que había encontrado su absoluta perdición.
—Yo… yo —suspiraba con cada movimiento de caderas, perdida en un montón de sensaciones que prometían ser eternas en su memoria.
Embargada por el placer, cerró fuertemente sus ojos permitiéndole a él tomarla fuerte de su cintura para aumentar el ritmo, también la fuerza. Ante la fuerte ola de sensaciones y emociones por poco terminó mordiéndole el hombro hasta hacérselo sangrar, cosa que quizás lo pondría de mal humor, pero a cambio de eso perdió control sobre sus gemidos y suspiros.
Ya no pudo contenerlos más.
Aunque su espalda ardía ante la fricción que hacía su piel desnuda subiendo y bajando sobre la pared de madera limada, también sus caderas pegando contra ella, Helena no le pidió detenerse. De hecho, subió las manos lentamente hasta su cabeza donde tomó su cabello y lo separó de su cuello para que pudiese besarla justo como a ella le encantaba: húmedo, profundo y apasionado.
Él por supuesto, no se negó a su deseo.
El sabor del alcohol no la asqueó en ningún momento, de hecho la excitó de un modo abrazador. Unió descaradamente su lengua a la de Death Mask y ambas hicieron un descarado baile.
Al separarse y tomar aire, ambos alcanzaron su límite. Él la pegó fuertemente a su cuerpo, liberándose en su interior, mientras ella apretaba el agarre de sus piernas empujando el firme trasero de Death Mask tanto como sus escasas fuerzas le permitieron.
Esta vez Helena gritó el nombre de su amante ante el orgasmo que la cubrió de pies a cabeza.
Recuperandose un poco, se quedaron juntos así, abrazados y casi desnudos.
Ella no tenía ni una sola prenda, pero él apenas y se había descubierto el torso mientras mantenía sólo los pantalones desabrochados lo suficiente como para permitirse esta sesión de lujuria.
Respirando agitados, Death Mask la tomó de su nuca para besarla otra vez, con más lentitud; ambos juntaron sus frentes ante la sensación del pene saliendo del interior de ella.
Helena pronto extrañó tenerlo adentro.
Como una de las pocas muestras de cariño que él mostraba, la llevó hasta la cama donde la acostó primero, sin ningún esfuerzo. Helena no lo soltó hasta asegurarse de que no se iría de nuevo, aunque dicho deseo era inútil pues una vez que cerrase sus ojos completamente agotada, él se apartaría de su lado.
Nunca se había quedado a dormir con ella.
—Debes dormir —le dijo con la voz ronca, dando pequeños besos a su mentón y el centro de su pecho. Viéndola a los ojos como ese brillo que advertía el peligro.
—Te irás si lo hago —susurró Helena llevando sus manos al rostro del hombre que le robaba tanto el aliento como los sueños.
Anhelante como nunca antes en su vida, Death Mask cerró sus ojos permitiéndole tocarlo.
—Debo hacerlo —susurró; con su rostro perlado por el sudor, Helena se lamió los labios hinchados por sus anteriores besos.
—Hoy no… por favor —parpadeando lento, Helena quiso llorar.
Porque no lo entendía y sabía que él no iba a ponérselo fácil.
Al final tuvo que aceptar con amargura que él era mucho más obstinado que ella y esta noche no ganaría. Además, tenía que dormir.
—Como desees —musitó al final dando por terminada su insistencia.
Con desazón lo soltó, deshizo el amarre de sus piernas y bajó las manos a la cama como si temiese que al hacerlo él se desvanecería sin que ella pudiese evitarlo. Por un iluso segundo Helena creyó que él no se marcharía, que se tentaría ese corazón que ella sabía que tenía y por hoy haría una excepción.
Pero no fue así.
Tan pronto como se vio libre, Death Mask se levantó acomodándose los pantalones.
Ella lo vio recoger su camiseta y su chaqueta de cuero. Afuera estaba nevando y aunque él por su estatus como Caballero pudiese resistir bajas temperaturas tampoco era inmune a ninguna enfermedad provocada por ellas.
Mejor prevenir que lamentar, ¿no?
Antes de irse, la miró entre el fleco de su cabello, como si quisiera decirle algo, pero sólo se limitó a despedirse.
—Te veré después. —Y salió de la alcoba con esa postura arqueada que evitaba que Helena pudiese entender qué era lo que pasaba por su cabeza al irse así.
Sabía que él al retirase pondría los seguros de la puerta, y que posiblemente no tuviese las intenciones de apartarse tanto de la casa donde ella dormía con sus hermanos a probabilidades de que algún ladronzuelo quisiera hacerles daño.
Él podría negarlo todo lo que quisiese, pero Helena sabía que Death Mask se preocupaba por todos ellos aunque no le gustase hablar de ello tampoco.
Por su cuenta tuvo que meterse adentro de sus cobijas, desnuda, tratando de conciliar el sueño. Un par de lágrimas traicioneras resbalaron de sus ojos ante el vacío que sintió en su pecho.
Entendía que Death Mask tuviese secretos por lo que fue en su pasado, pero esto estaba siendo intolerable. Quizás nada de esto significase algo para Death Mask, pero medida de que avanzaban en este nuevo camino, juntos, Helena se sentía cada día más deprimida pues la cruel ausencia del calor al que ya estaba acostumbrada mataba a su corazón.
Acalló sus sollozos usando ambas manos.
Ellos dos no podían simplemente tener sexo cada vez que él apareciese de la nada en su alcoba, y luego irse al acabar como si ella fuese una cualquiera. Una ramera sin dignidad. ¡Porque no lo era y él debía saberlo!
No hablaban entre cervezas ni ella se ponía ropa ajustada para provocarlo.
Helena le había entregado su virginidad, su primer beso, sus temores y sueños. Le había entregado todo su ser incluyendo su alma y corazón. Por su parte Death Mask sólo le había dejado saber su nombre y su antigua posición como Santo Dorado de Athena… y ya.
Esto no podía seguir así.
Simplemente no podía.
—CONTINUARÁ—
Chapter 2: Anonimato
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Helena estaba preocupada, desde hace 3 semanas no había visto a Death Mask.
Durante la primera semana no se molestó en pensar en ello ya que usualmente sus encuentros se daban cada ciento tiempo sin que Helena se lo esperase. Pero ya había pasado poco más de un mes y ni siquiera se había manifestado por medio segundo frente a su florería.
Ella no lo entendía.
¿Acaso él había regresado a Grecia sin despedirse de ella? ¿Se habría ido así sin más a su hogar? ¿Por qué no volvía a visitarla hasta su negocio como hacía antes para visitarla a ella y a sus hermanos?
¿Acaso se había aburrido de Asgard? ¿Se habría aburrido de ella?
Todos los Santos Dorados retornaron a Grecia apenas se terminó la guerra contra el dios Loki; por boca de la señorita Lyfia, Helena sabía que todos ellos estaban bien y aparentemente se entrenaban para buscar a sus sucesores después de saber que Hades había sido derrotado también por los famosos Santos de Bronce, quienes también eran bien recordados en Asgard.
Obviamente, mientras hablaba, Lyfia puso especial atención en el joven de Leo.
«Entonces sí se fue» pensó Helena acomodando unas orquídeas blancas junto a las rosas del mismo color pálido y puro.
¿Qué estaría haciendo? ¿Entrenando? ¿Buscando a su sucesor?
Esa misma tarde, Helena cerraría temprano su florería, encargaría a sus hermanos con una anciana simpática que conoció hace un tiempo y correría a velocidad record hasta el Palacio Valhalla donde posiblemente la señorita Lyfia le podría dar algunas respuestas.
Helena normalmente no tomaba estas decisiones tan impulsivas y hasta arriesgadas considerando lo traviesos que eran sus hermanos cuando no los vigilaba. Pero ya no podía más con esta ignorancia.
Cuando hizo lo que se propuso, nunca esperó que en ausencia de Lyfia quien entrenaba su meditación, la señorita Fleur la llevase con la mismísima dama Hilda.
Esta amablemente la invitó a sentarse y beber té con ella.
—Death Mask de Cáncer —musitó la dama Hilda—, ¿hablas del Caballero de Athena que se quedó en Asgard?
—A-así es —respondió Helena no tan segura de querer decirle los motivos reales a la dama Hilda de su duda.
Frente a todos los entendidos, era común que la florista se preocupase por el Caballero de Athena, después de todo, Death Mask de Cáncer y Afrodita de Piscis habían salvado la vida de Helena por lo que ella los estimaba a ambos. Eso todos los sabían.
Sin embargo no podía ser sabio declarar a los cuatro vientos que ellos dos no sólo se estimaban. Afirmar que eran amantes sería una estupidez ya que nunca habían oficializado nada; ni Death Mask había tocado el tema ni ella le había pedido que lo hicieran, por lo que ahora, Helena temía abrir la boca de más y cometer un gravísimo error que no solo podría acarrearle problemas a su vida sino a la de él también.
—Me temo que Athena ha solicitado verlo a él y al resto de sus Caballeros Dorados en el Santuario —respondió sin preguntarle nada.
Era como si la sacerdotisa comprendiese lo que Helena sentía al oír eso, como si quisiera evitarle penurias. Sin duda la astucia y la discreción de la dama Hilda iba más allá de lo que dictaba su deber… por eso y mucho más la dama Hilda era sumamente especial para Asgard.
Por ser quien era, la gente del pueblo estaba más que agradecido por haber conocido a la grácil sacerdotisa y por haber estado protegidos bajo su ala delicada durante muchos años.
—Cuando Athena hizo el comunicado —continuó la dama—, Fleur fue en su búsqueda. De eso ya hace dos semanas. Esa misma noche partió a Grecia —bebió con elegancia de su taza—. No quisiera entrometerme en asuntos que no me competen, pero no te tienes que preocupar —sonrió afable—. Él mismo dijo que volvería apenas la reunión entre Caballeros terminase.
Pero Helena no estuvo tan segura de eso.
«No volverá» tratando de fingir alivio, Helena bajó la mirada sin decirle nada a la dama, luego del té le agradeció su información y partió de regreso a su humilde casa donde sus hermanos la esperaban.
Sacudiendo la nieve de su suéter, Helena fue sorprendida con una carta.
—¿Quién la envía? —cuestionó a los menores al ver que sólo tenía el nombre “Helena” escrito en el sobre.
—No sabemos —respondió uno de ellos sin darle importancia al asunto—, lo encontramos debajo de la puerta cuando la señora Lena nos trajo. Dijo que era mejor dártelo a ti.
Ya más tarde hablaría con ellos acerca de lo importante que era revisar siempre el remitente de una carta.
Luego de la cena, Helena mandó a dormir a sus hermanos y ella se marchó con los ánimos por los suelos hasta su alcoba donde se sentó en la cama y abrió el sobre. Siendo franca, no estaba de ánimos para leer nada, sin embargo podría ser algo importante.
Escrito en su propio idioma, de una forma bastante básica, estaba escrito lo siguiente:
“Para Helena:
Es mejor que te rindas, un hombre cómo él nunca será para ti.
Eres poca cosa.
Dicen que todas las bestias tienen a una debilidad. Para tu infinita desgracia, tú no eres la de él.
¿Sabes siquiera todos los pecados que carga? ¿Sabes cuánta sangre tiene en sus manos malditas? ¿Crees que conoces su pasado o el tipo de bastardo que es muy en el fondo? ¿Al menos tienes alguna idea de todo el mal que ha causado a gente inocente?
Tú no eres una ganga, pero él tampoco es la gran cosa.
No es más que un bastardo al que su armadura no reconoce como amo y alguien al que sus propios compañeros venderían como carroña si pudiesen hacerlo.
Él no sólo ha asesinado a sangre fría a sus enemigos. También ha asesinado a gente que ningún daño le hacía, entre ellos mujeres y niños. Ha mandado a niños de la edad de tus queridos hermanos al infierno y ha gozado mucho haciéndolo.
¿Ya te sientes estúpida por confiar en alguien así?
Tú no sólo eres más que un objeto que él usa para sentirse mejor consigo mismo por todo el daño que ha hecho. Y ni siquiera contigo se siente libre de sus pecados. Lo peor. Él no piensa cambiar de verdad.
Ha vuelto a Grecia donde repetirá su historia hasta la muerte como si tú nunca hubieses existido.
Te puedo asegurar que en cuanto ese maldito tenga la oportunidad volverá a hacer lo que le dé la gana y al poco tiempo se olvidará hasta de tu nombre. Porque para su egoísta existencia, tú eres menos que nada.
Mi consejo: No lo esperes. Olvídalo.
Ahora mismo seguro estará durmiendo entre las piernas de otra pobre ingenua.
¿Alguna vez durmió entre las tuyas? ¿O no fuiste lo suficientemente buena para él para que te diese ese desagradable honor?”.
Los ojos de Helena recorrieron todas y cada una de las palabras vez.
Ignoró la debilidad de su vista por un momento. Las letras se hicieron borrosas para ella y sin embargo eso no le importó ni un cuerno.
No había nombre de su remitente, ni siquiera un alias o algo que la ayudase a entender quién pudo haberle mandado tal cosa. Las formas de los símbolos eran poco claros y aun así Helena se las arregló para leer la maldita carta en medio de la oscuridad.
“Ahora mismo seguro está durmiendo entre las piernas de otra pobre ingenua”.
Apretando la quijada e inhalando profundamente, Helena arrugó la carta entre sus manos sintiendo que algo se estrujaba en su pecho. Saber si su corazón se rompió o sólo se derritió era difícil de descifrar.
Y por otro lado, quitando de en medio sus sentimientos, esto le dio mucho miedo.
Sea quien sea este cobarde anónimo, no sólo le había recalcado a ella que Death Mask tenía un pasado demasiado oscuro que Helena no estaba segura de querer conocer todavía, sino que además, indudablemente éste misterioso remitente lo conocía de algo a él; también que la conocía a ella y de alguna forma se había enterado de lo que pasaba entre ambos.
Lo más terrorífico del asunto era que este sujeto también debería estar al tanto de que Death Mask estaba en el Santuario, muy, muy lejos de Asgard. Lo que dejaba a Helena a su entera merced en caso de querer vengarse de él por algo, usándola a ella. O peor, a sus hermanitos.
Al final, con la rabia empezando a embargarla, Helena trató de pensar en positivo, quitarle un poco de interes a esta tontería y no dejarse intimidar.
Si este sujeto quería jugar, iban a jugar los dos. Mañana mismo pondría una denuncia ante el Valhalla y le pedía su discreción a la señorita Lyfia. Si había alguien queriendo dañarla a ella o a sus hermanos para vengarse de uno de los Santos que ayudaron a deshacerse del malvado dios Loki, que lo intentase pero que se atuviese a las consecuencias.
Helena no iba a volver a ser la víctima. Quedarse parada esperando lo peor no era una opción si estaba sola en esto. Y si algo había aprendido del propio Death Mask era que anónimamente cualquiera era valiente para lanzar amenazas, pero las cosas que volvían a equilibrar cuando demostrabas tu fuerza por encima de una amenaza inferior.
Con enfado dobló la carta y la rompió en dos. Luego en cuatro, luego en ocho y no dejó de desbaratarla hasta haberla convertido en pedazos lo suficientemente pequeños, los cuales dejó rápido sobre la mesa para después encender la chimenea con toda su ira y arrojarlos a las llamas.
No le importó cuánto tardó en encender el fuego; valió la pena ver la carta siendo consumida.
Con una mirada que asustaría al mismísimo Loki, Helena tomó una silla y se sentó frente a la chimenea. El viento de afuera había enmudecido para ella y sólo la compañía del tronar de la leña ante las llamas la acompañaba.
A diferencia de lo que muchos podrían creer Helena no estaba asustada ni un poco del imbécil o la imbécil que había mandado esa carta, la cual vio consumirse hasta el final. Sólo podía sentir enfado por el anonimato.
Si era verdad todo lo que decía o no tampoco le importó pues quien quiera que dejase una nota así sin dar la cara no podrá ser de fiar. Sea como sea, debía ir con cuidado.
A ella no le gustaba pensar en Death Mask como un animal, pero todas sus acciones lo contradecían. A ella no le quedaban apelativos cariñosos para referirse a él si éste lo único que hacía era partirla en trozos una y otra vez cuando se iba de su cama.
Romperla en pedazos justamente como ella había hecho con esa carta.
En el fondo a Helena no le costaba mucho creer en esas palabras, Death Mask realmente lucía como si conseguir mujeres (o matarlas) no le costase mucho trabajo. ¿Pero sería capaz de olvidarla a ella? ¿Su historia juntos no significaría nada para él? ¿Había sido ella sólo otra puta desechable en su lista?
«Jamás acordamos nada» se recordó, ella podría sentirse traicionada por su olvido y abandono, pero a la hora de la verdad Death Mask nunca la obligó a nada. Ni a aceptar el dinero que él ganaba en apuestas para tratar su enfermedad. Ni mucho menos la obligó a tener sexo con él.
¿Pero qué era más doloroso? ¿Sentirse estúpida o saber que si le veía otra vez no podría reclamarle absolutamente nada sin culparse a sí misma por maquillarse cosas en su cabeza que no tenían sentido ni razón de ser?
Para empezar él no le había prometido quedarse a su lado; nunca le juró lealtad ni tampoco ser solo de ella. Sin embargo a Helena le ardía en el fondo de su pecho el recordarse que ella misma sí se sentía en compromiso con Death Mask y por eso evitaba sonreír mucho para sus clientes masculinos.
¿Acaso él te pidió exclusividad? No, Death Mask jamás la celó ni le ordenó nada.
Cuando él visitaba su negocio simplemente se sentaba junto a sus hermanos y los entretenía mientras ella trabajaba con la seguridad de que nadie iba a hacerles daño. Ni siquiera un estúpido ladronzuelo que quisiera pasarse de listo por verla a ella al frente de una florería.
¿Entonces por qué se sentía tan molesta? ¿Tan usada y ofendida? ¿Tan estúpida?
Ni siquiera se dio cuenta del momento en el que sus lágrimas habían empezado a abandonar sus ojos con fuerza para resbalar a su mentón y caer en picada sobre su regazo.
Sus manos temblaban furiosamente mientras su cuerpo se congelaba poco a poco. Aún con el fuego enfrente, el cuerpo de Helena se entumeció como si el invierno la hubiese contagiado, o como si el rompimiento de su corazón la hubiera enfermado en menos de un minuto.
Se llevó una de sus manos frías a la boca, acallando sus sollozos lastimeros; no quería despertar a sus hermanos y tener que decirles que ya nadie iba ir a buscarlos a la florería con historias interesantes ni juegos con rocas.
—CONTINUARÁ—
Chapter 3: Debilidad
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—Gracias Helena —dijo una mujer anciana—, a mi esposo le gustarán.
Helena despidió a su clienta con una sonrisa, viéndola partir con dirección al cementerio.
—Hey, hermana —habló uno de sus pequeños hermanitos—. ¿Hoy tampoco vendrá el hermano mayor?
Con un suspiro ella volvió a poner una sonrisa falsa sobre su cara para decirles lo mismo que hace dos meses.
—Ya te dije que la diosa Athena lo necesita junto a los otros Caballeros Dorados —le respondió acariciando la cabeza del pequeño.
—¿Pero cuándo volverá? —se impacientó.
¿Qué decirles?
¿Pronto? ¿Nunca? Esa pregunta siempre era difícil de responder y por lo regular pensar mucho en eso le ocasionaba originar más dudas.
¡No lo sabía! Helena no lo sabía y después de varias semanas sus esperanzas propias se habían ido al caño, sin embargo sus hermanos le habían tomado cariño al Santo y claramente si les decía que posiblemente Death Mask nunca volvería a Asgard ellos entristecerían.
Helena no podía permitir eso.
—No lo sé, los Santos Dorados siempre están peleando por la tierra. Justamente como los Dioses Guerreros.
—Pero ellos sí regresan a pasear por aquí.
Ante esa lógica, Helena no pudo evitar reír.
—Es fácil para los Dioses Guerreros visitar Asgard porque no tienen que volar en un avión para llegar hasta aquí.
—Sí, bobo —interrumpió otro de los niños—. Es como si le pidieras a un Dios Guerrero que vaya a Grecia sólo a dar un paseo.
—Podría pasar —insistió irritado.
Negando con la cabeza, Helena se puso de pie dejando que sus hermanos discutiesen entre sí y se entretuviesen con el tema de los viajes y los Caballeros de Asgard y Rodorio.
Ya había pasado mucho tiempo desde que Death Mask partió a Grecia; también desde que Helena recibió una carta devastadora que tenía como objetivo deprimirla.
¿Cómo lo sabía?
El mes pasado, el Dios Guerrero Frodi de Gullinbursti, había puesto manos a la obra en la búsqueda del infame que le había dejado aquella carta a Helena. Como un favor personal a una amiga de su amiga, el Dios Guerrero realizó por sí mismo una investigación detectivezca para dar con la cobarde.
Sí. Era una mujer.
Al parecer una antigua amante del Santo Dorado llamada Echo, se había enfrascado en la misión de buscar al hombre apenas supo de su resurrección y de su decisión de querer vivir en aquella zona hostil de Noruega.
Echo era una mujer tan desubicada que no le importó abandonar su hogar, llegar a duras penas a Asgard sólo para vivir como una vagabunda. La locura le pegó fuerte cuando se enteró rápidamente de la existencia de Helena y de todo lo que había por detrás de su relación con el Santo de Cáncer.
Al parecer a Echo no le gustó nada llegar a Asgard y enterarse de que Helena había “cambiado” a su Death Mask.
En la cárcel, Echo declaró que era fan del Santo sádico y desalmado que a nadie más agradaba; sólo a ella. Por eso ya se había decidido a matar a Helena. Menos mal que Frodi la apresó a tiempo.
Cuando Lyfia le contó a Helena todo lo que Echo había declarado saber de ella, sus hermanos y Death Mask, le tomó el hombro y le aseguró que tanto Frodi como ella no hablarían del asunto que era mejor mantenerlo cerrado. Por otro lado, Echo fue encarcelada por amenazas e intento de asesinato. También por sus notorios problemas mentales por lo que la estudiaría un especialista.
A partir de ese momento, Helena se permitió dormir en paz dado a que Echo no tenía cómplices y ya estaba muy lejos de poder salir del calabozo donde estaba.
—Helena, ¿podrías venderme un ramo de rosas? —se acercó un señor, devolviéndola al mundo real—. Mi esposa cumple años hoy y le encantan estos detalles.
—Por supuesto —dijo ella con una sonrisa. Entonces continuó su venta.
Pasó toda la tarde atendiendo pocos clientes, su florería a pesar de generar buenos ingresos, necesitaba de mucho cuidado. Su mercancía podía morir en cualquier instante y si esto pasaba significaría que no habría comida en la mesa, lo que significaría un verdadero desastre.
Los niños aún eran demasiado inocentes para entender el mundo de los adultos. Un mundo cruel del que ella personalmente saldría por la puerta trasera de no ser porque sus queridos hermanitos estaban a su lado, dándole fuerzas y motivos para seguir adelante con orgullo; sin bajar la cabeza ni una sola vez. Si no los tuviese para acompañarla, ella ya se habría rendido hace tiempo a su enfermedad debido a la pesada soledad.
Cuánto a Helena le hubiese gustado haber tenido la oportunidad de saborear su infancia y adolescencia como todos los demás. No se quejaba de su actual vida, la cual era mucho más llevadera que la anterior cuando estaba enferma, pero a veces Helena se deseaba tener cosas que jamás podría adquirir. Su juventud, era una de ellas.
Los dioses obraban de formas misteriosas. A veces muy crueles.
Cuando llegó la hora de cerrar el puesto, la nieve empezó a caer con más fuerza. Helena ordenó a los jovencitos resguardarse adentro de la bodega mientras ella levantaba todo. Desde las macetas pequeñas hasta las grandes.
Continuó con el puesto improvisado con palos de madera y trapos. Al terminar Helena se adentró de la bodega junto con sus hermanos cerrando bien la puerta.
—Nos quedaremos aquí hasta que pase el viento —sí, porque eso había sido.
De haberse avecinado una tormenta al menos una de las personas de afuera ya habría salido arrojada por la intensidad de la ventisca; eso sólo acarrearía más problemas a la pobre florista y sus hermanos.
Y pensar que la dama Hilda había tenido que rezar en el peñazco en medio de este clima durante toda su vida. Y que la señorita Lyfia seguiría también con esa labor. Obviamente, con Frodi y los nuevos Dioses Guerreros protegiendo sus espaldas para que a ningún otro dios se le ocurriese pensar que iba a serle fácil atacarla.
—Ten —le dijo su hermanita poniendo una manta sobre los hombros a Helena.
Por precaución, adentro de la bodega todos tenían sus propias mantas apartadas, mudas de ropa y un pequeño calentador que funcionaba gracias a la luz solar que se recolectaba durante días. Adentro también tenían provisiones por si se llegaba a dar la ocasión de tener que refugiarse de una tormenta durante un tiempo prolongado por lo que Helena no se preocupó por eso, sino más bien por su propia casa.
Al tener que salir a trabajar, Helena temía que en un día de estos algún ladrón pudiese forzar la entrada y dejarlos sin nada.
Obviamente el dinero lo tenía repartido para evitar perderlo todo de su sólo tajo; una mitad bajo un compartimiento bien oculto en su bodega, y la otra mitad oculta adentro de un libro viejo entre otros pocos ubicados en la alcoba de los niños.
Aun así cada vez que Helena salía de su casa, lo hacía con el corazón palpitando desbocadamente. Ser el único sostento de su familia no era algo fácil.
La vida de un asgardiano de por sí ya era complicada, más si eras una mujer sola con un trabajo humilde y cuatro bocas que alimentar sin contar la tuya.
La única parte buena es que al menos ya tenía salud…
—¿Hermanita? ¿Estás bien?
No pudo responder; las fuerzas de pronto se le fueron.
—¡Helena!
—¡Hermana!
—¡Oye!
—¡¿Qué te pasa?!
Sorpresivamente su cuerpo cayó hacia atrás cayendo rápidamente en la inconciencia.
—¡Hermana!
—CONTINUARÁ—
Chapter 4: Sucesores
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Mientras que la época hibernal eterna azotaba Asgard, en Grecia las cosas estaban que ardían.
—¡¿Cuánto tiempo dijiste que he permanecido inconsciente?! —resonó un potente grito desde la Casa de Cáncer.
El hermoso caballero de Piscis se sobó su oreja derecha con la delicadeza que lo caracterizaba. Viendo a su colega en la cama con el pecho vendado y la cabeza aún con algo de sangre seca en el cabello, asintió sin omitirse nada.
—Por poco mueres de nuevo, ¿y te quejas por el tiempo que has permanecido dormido? —suspiró Afrodita—. Me pregunto qué has hecho ahora.
—¿De qué hablas?
Alterado, Death Mask con esfuerzos se levantó de la cama, aún con las vendas en el cuerpo se puso algo de ropa encima. Luego encaró a su colega.
—Es sólo que me preguntaba por qué la insistencia de no morirte esta vez.
Usando una mirada afilada que demostraba lo ofendido que Death Mask se había sentido con ello le preguntó:
—¿Acaso no tengo derecho a pelear por la vida que se me ha dado de nuevo?
—No —respondió Afrodita sin creerse que su amigo no tuviese motivos escondidos bajo su comportamiento—. Es sólo que jamás te he visto pelear con tanta convicción. El enemigo por poco mata a Mū y tú te interpusiste en el ataque que pudo haberlo matado. Y aquí estás, de pie… te ves espantoso, pero estás de pie.
—Imbécil. En primer lugar, no salvé a ese idiota —insultó refiriéndose al muviano—, él solo estaba en mi camino. La cabeza del enemigo era mía hasta que él se interpuso.
Afrodita rodó los ojos.
—Digas lo que digas, Mū te lo agradece.
—Me importa un carajo —replicó con rencor—. ¿Ahora resulta que ya somos amigos?
—Sabes bien que incluso entre nosotros nunca ha habido una buena convivencia. ¿Qué te pasa?
Afrodita miró la ventana del cuarto viendo a Death Mask invocar su armadura. Vio sin asombro como esta lo aceptaba otra vez.
Ambos salieron a la sala de la Casa donde el Caballero de Libra, Dohko, les aguardaba con su armadura puesta. Era raro ver al viejo maestro con una apariencia tan joven. Sin duda era un tanto incómodo verle sin el ceño fruncido ni una cara de decepción en su rostro.
—Todos aguardan en el Santuario —dijo con los brazos cruzados—. La diosa quiere hablar con todos nosotros.
Diciendo esto se adelantó a la siguiente Casa.
Sin entender, Death Mask miró a Afrodita quien no preguntó nada a Dohko, sólo se limitó a seguirlo.
—¿De qué hablaba el viejo?
—Han pasado cosas desde que te trajimos —respondió Afrodita acomodando su cabello.
—Eso ya lo había deducido, idiota. Pero me refiero, ¿a qué clase de cosas?
—Verás, cuando regresamos, Milo me notificó que los Santos de Bronce ya se habían recuperado de su batalla contra Hades. Seiya la tuvo muy difícil pero al final pudo sobrevivir.
—Tan difícil de eliminar como las cucarachas —masculló Death Mask.
—Sin embargo, en esa última batalla demostraron haber llegado hasta donde pocos lo hacen. Camus, Dohko, Aioros, Shaka y Aioria han accedido a permitirles a Hyōga, Shiryū, Seiya, Shun e Ikki ascender al máximo rango.
Esto sí lo había dejado sorprendido.
—¿Estás diciéndome que permitirán que los mocosos asciendan a Santos Dorados? Eso no puede ser a menos que…
—A menos que los antiguos Santos mueran, sí —Afrodita lo miró fijamente—, pero nosotros ya estamos muertos. Muertos para todo el mundo. Sólo la generosidad de Odín nos permitió quedarnos. Eso también significa que nuestras almas ya no pertenecen a Athena.
—No entiendo —rezongó—, ¿de qué carajos me hablas? Mi alma no le pertenece a nadie.
—Odín fue quien nos resucitó, al ser él quien extrajese nuestras almas, estas dejaron de ser parte del Panteón Griego y fueron consagradas al Nórdico.
Desconcertado y hasta mareado, Death Mask siguió mirando hacia enfrente.
—De habernos hecho regresar, posiblemente Hades o Perséfone se habrían hecho cargo de imponernos un castigo divino.
—¿Un castigo? ¡¿Por qué?!
—Por desafiar a los dioses —respondió como si fuese algo lógico.
—¿Por pelear contra Hades…?
—No, por abrir el Muro de los Lamentos —respondió tajantemente—, sin importar el motivo los Campos Elíseos fueron destinados para los dioses y las almas dignas de recidir en él. Al abrir el muro rompimos una regla inquebrantable. Los Santos de Bronce prácticamente estuvieron en la misma situación pero Athena negoció sus almas.
—¿Y las nuestras? —se enojó.
—Recuerda que Odín nos resucitó antes de que Hades fuese puesto a dormir de nuevo. Y lo más sorprendente de todo fue que Poseidón también se involucró.
—¿Y él a qué lado favorecía?
—Digamos que siguió ofendido porque Kanon le traicionó, sin embargo el alma de ese energúmeno también fue traída de regreso.
—Kanon… ese es el gemelo de Saga, ¿no es así? ¿Cuándo fue que…?
—Él lo liberó antes de que intentase hundir Asgard.
Death Mask se llevó una mano a la cara, y por un segundo pensó que él era el imbécil más detestable de todo el Santuario. Jugar con un dios no lo hacía cualquiera, y ese modito que tenían todos los Santos consagrados a Géminis por traicionar era aún más detestable que el suyo de matar a sus enemigos y coleccionar sus cabezas en sus aposentos.
—¿Y?
—Saga imploró por el alma de su hermano, no quería que él fuese a recibir el castigo de los dioses. —Suspiró pasando por la siguiente Casa vacía—. Sin más elecciones, Zeus accedió a que nuestras almas fuesen entregadas al Panteón Nórdico, digamos que Odín todavía no perdona lo que Poseidón intentó hacer en sus tierras, y nosotros le hicimos un favor con Loki. Al gran patriarca no le costó demasiado dejarnos en sus manos como una muestra de paz. Por eso seguimos vivos.
Masajeándose la cabeza, Death Mask intentó analizar todo ese revoltijo de información. Por un segundo se imaginó a sí mismo a sus compañeros como ofrendas para el sacrificio.
—¿Quieres decir que ahora nuestra lealtad está con Odín?
—Técnicamente sí, pero gracias a la buena relación entre Athena y él, es por lo que se nos ha permitido servirle a ella. O bueno, eso hasta que encontremos a nuestros reemplazos.
—¿Reemplazos?
—Eso es todo lo que sé. A qué se referían exactamente con eso… supongo que lo averiguaremos una vez que veamos a Athena.
Athena, los 11 Santos de Oro contando a Kanon y los 5 de Bronce, se hallaban en fila horizontal frente a ella esperando. Una vez que Death Mask y Afrodita llegaron y se acomodaron, ella dio inicio.
—Death Mask, primero que nada es un gusto saber que ya estás mejor —su voz fue delicada—. Segundo, ¿Afrodita te ha mantenido al tanto?
—Sí, mi señora —respondió estoico.
—Bien. Entonces, supongo que ya todos están listos para saber lo que pasará.
Nadie interrumpió.
—Hoy tomarán una decisión —suspiró ella de forma benevolente.
La diosa alzó una mano enfrente de ellos y todas las armaduras, tanto de Bronce como de Oro, fueron convocadas en sus formas base delante de ellos.
«¿Pero qué?» se preguntó Death Mask, pero al ver que nadie replicaba decidió quedarse callado.
—Quedarse o marcharse, la elección es suya —luego miró a su izquierda—. Dohko, Aioros, Aioria, Shaka, Camus, den un paso al frente.
Sin inmutarse o dudar, los Santos mencionados hicieron lo ordenado.
—¿Han tomado su decisión?
—Sí, mi señora —espetaron los 5 al unísono.
—Aioria de Leo —llamó Athena.
El joven griego de cabello rubio y ojos verdes se separó un paso más de sus colegas y dijo con voz fuerte:
—Yo, Aioria de Leo, nombro a Ikki de Fénix como mi sucesor.
—¿Ikki? —musitó la mujer.
Sombrío como siempre, Ikki dio dos pasos al frente de su armadura de bronce.
—Aceptaré mi responsabilidad con honor.
Una vez diciendo esto, la Armadura de Leo cubrió el cuerpo de Ikki. La poderosa Armadura del Fénix, resplandeció en rojo antes de alzarse como un rayo hacia el techo, se desvaneció antes de que tocase el concreto.
—¿Has decidido lo que harás desde hoy, Aioria? —preguntó Athena solemne.
—Sinceramente no tengo nada en mente —dijo el joven alzando los hombros, ocasionando una carcajada en su hermano mayor y una sonrisa burlona en Milo—. Pero no se preocupe, ya se me ocurrirá algo.
El mismo mecanismo se aplicó para Shaka, quien otorgó la Armadura de Virgo a Shun. Este al aceptarla, su destino quedó sellado; Athena le hizo la misma pregunta al rubio sobre sus planes a futuro, quien dijo que planeaba hacer un viaje de meditación a su tierra natal en la India. Pidió que si en algún momento ella lo necesitaba, él acudiría de inmediato a su llamado.
—Te lo agradezco —dijo Athena sonrió.
Al ser el turno de Camus, este cedió su lugar a Hyōga, quien sumamente honrado accedió a tomar el lugar de su maestro como el nuevo Santo de Acuario, casi lloró. Posteriormente ante la pregunta de la diosa, el francés comentó que quería visitar su país de origen y después seguir entrenando en Siberia. Al igual que Shaka pidió que si el Santuario necesitaba de su ayuda, él no dudaría en dar su fuerza nuevamente a la causa.
—Muchas gracias, Camus —respondió Saori pasando a Dohko.
El santo de libra fue más rápido y menos serio que los otros. Una vez que Shiryū recibió la Armadura de Libra, el maestro rejuvenecido lo abrazo del hombro y le pidió que hiciera su mejor esfuerzo a lo que el ex Caballero del Dragón asintió.
—Yo regresaré a China —informó Dohko sonriente—, extraño mucho a mi hija y me gusta estar rodeado por la naturaleza.
—Entiendo —musitó Saori—, entonces que así sea.
El asunto de Aioros y Seiya fue casi igual. Una vez que el joven japonés recibió la Armadura de Sagitario, el griego lo abrazó con fuerza.
—Deposito la seguridad de Athena en tus manos —le recordó el guerrero.
—Sí. No les fallaré.
Saori sonrió ante la imagen, Seiya se separó de Aioros para que él pudiese responderle a su duda.
—Si usted me lo permite, mi señora, yo quisiera vivir en Asgard —comentó Aioros rascándose la cabeza.
Eso no se lo esperó nadie. Ni siquiera Shaka.
—¿Asgard? —musitó Aioria—, ¿y qué harás allá, hermano?
—Pues resulta que la dama Hilda me gustó bastante y pienso viajar hasta allá y cortejarla —respondió poniendo las manos sobre su cintura.
—¿Cómo? —Aioria lo miró sin entender.
Todos, incluyendo Saori, se quedaron mudos ante esa revelación. Aioros terminó riéndose de ellos.
—¿En serio creyeron que haría algo así? —siguió riéndose—. No, respeto mucho a la dama Hilda. De hecho ella fue muy gentil al ofrecerme un lugar en el Palacio del Valhalla como un guardia —informó ya más serio—, pero al final he decidido que quiero ser un leñador. Me gusta el clima.
—Tú sí que no cambias —masculló Aioria entre dientes.
—¿Y por qué no me acompañas, hermanito? —preguntó Aioros poniéndole un brazo encima—. ¿Acaso no quieres volver a la ver a esa simpática chica de cabello azul?
—¿Quién? ¿Lyfia?
—Sí —insistió el mayor—, quisiera conocer a mi futura hermana.
—¡¿Pero de qué diablos hablas?! —Aioria, sonrojado, se quitó de encima el brazo de su hermano—. ¡Nosotros no tenemos ese tipo de relación!
Dohko, Milo, Afrodita, Aldebarán y Mū rieron junto a los hermanos. Camus suspiró negando con la cabeza mientras Death Mask comenzaba a enfadarse por todo el tiempo que sentía que perdía.
—¡Vete tú a Asgard y congélate ahí! ¡Yo me quedo!
—Ya veo, entonces te gustan más las griegas que las asgardianas, ¿eh?
—Yo diría que le atraen más las japonesas —se entrometió Milo alzando una ceja sugestivamente.
La cara de Aioria pasó de la vergüenza al pánico. Más su rostro no dejó ese tono carmesí que le parecía enternecedor a Aioros.
—¿Japonesas? ¿Hay mujeres japonesas por aquí?
—Una… o dos, ¿quién las cuenta? —Milo miró a Seiya—. ¿Tú qué dices Seiya? ¿A cuántas chicas japonesas conoces por aquí?
—Pues… —el joven alzó la mirada al techo antes de recibir de llano un coscorrón por parte de Aioria.
—¡Cierra el pico! ¡Y tú, insecto, si tanto quieres abrir la boca por qué no empiezas a hablar de la mujer por la que has babeas la mayor parte del tiempo! —le lanzó la atención al Santo de Escorpión, quien al captar la indirecta se quedó en blanco.
—¿Qué tanto sabes?
—Lo suficiente como para refundirte hasta al hades así que no me sigas jodiendo —amenazó el griego.
—Tregua —Milo alzó las manos en señal de rendición.
Luego de aquella escena, Saori les dijo a sus otros Santos que al no haber sucesores para las Armaduras que poseían, estos serían puestos en la libertad de escoger.
—Seguir peleando, o retirarse. Pero deben saber que si eligen quedarse, la única forma de verse libres de su voto es fallecer en combate.
Los Santos faltantes se alinearon y fueron tomando sus decisiones.
Mū había decidido quedarse, seguir siendo el Santo de Aries hasta que su alumno, Kiki, estuviese listo para ascender, entonces partiría a Jamir donde seguiría reparando armaduras y a entera disposición del Santuario.
Aldebarán decidió quedarse de igual forma, según él, no tenía nada mejor en qué gastar su tiempo e iba a extrañar vivir en el Santuario si se iba; extrañaba su tierra natal en Brasil, pero siendo franco ya se había acostumbrado a su vida actual como Caballero.
Por su lado, Death Mask, en completo estado de seriedad le pidió tiempo para pensar, cosa que Saori le concedió.
Los gemelos, Kanon y Saga decidieron quedarse.
—Dado a que Aioros ha decidido partir a Asgard, debo decir que el puesto de Patriarca queda vacante —recordó Saori—. Si me lo permiten, quisiera hacer el nombramiento ahora.
Todos miraron expectantes a la diosa. Era evidente que elegiría a un Santo que no se hubiese retirado y ya que los Santos que dejaron sus armaduras a los de Bronce no quisieron permanecer siquiera en Grecia estaban fuera de la ecuación, Athena señaló con su mirada a Saga.
—Saga.
Más sorprendido de lo que debería, Saga miró consternado a Aioros y luego a su hermano, quien sonreía complacido por la decisión. Luego volvió sus ojos a Athena.
—Pero… mi señora… yo no…
—Saga, ¿aceptas esta responsabilidad o no? —cuestionó Saori alzando el mentón.
Arrodillándose frente a su diosa, Saga dejó que Saori le nombrase (legal y oficialmente) como el nuevo Patriarca.
A pesar de todo lo que había hecho; la sangre que había derramado; el dolor que le había ocasionado a otros, incluso a la misma Athena. El poderoso hombre derramó lágrimas en silencio mientras la túnica era puesta sobre sus hombros por dos de las doncellas. Una de ellas era la mismísima Seika, la hermana de Seiya. Esta al ver el rostro de su hermano le sonrió brillantemente antes de retirarse junto a la otra muchacha.
—Kanon —dijo Saori—, desde hoy confiaré a ti la misión de proteger la Casa de Géminis.
—Lo aceptaré con honor, mi señora.
La armadura aceptó a su nuevo amo y así quedaron las cosas entre los gemelos.
El siguiente en decidir fue Shura, quien sorprendentemente se había mantenido callado durante todo el tiempo que había estado ahí presente. El español decidió quedarse y seguir protegiendo la Casa de Capricornio. Milo, luego de pensárselo, también pidió que se le devolviera su lugar como Santo Dorado. Afrodita hizo lo mismo sin dudar.
—Lo que finalmente nos deja contigo Death Mask —dijo Saori—, ¿deseas permanecer aquí como el Santo de Cáncer?
Como si la diosa pudiese leer algo en él, sonrió sin esperar una respuesta hablada.
—Ya veo. ¡Es todo!
Apenas dijo esto, la Armadura de Cáncer volvió a Death Mask, para sorpresa de este.
Afrodita miró a su compañero con duda.
Fue entonces que con las armaduras sobre sus respectivos Santos y los guerreros retirados decidiendo qué hacer con sus vidas, Saori les dejó marchar no sin antes pedirle a Death Mask que se quedase.
—¿Mi señora?
—Hay mucha duda en tu corazón —soltó a quemarropa—. La Armadura siente eso y ambas estamos preocupadas por ti.
—No tiene por qué —desligó él, con una mueca ácida—. Mi lugar está…
—Aquí no, eso es claro.
—¿Athena?
—Escucha, no hay nada que desee más que verlos a ustedes liberados de tanto dolor —dijo ella, piadosa y amorosa—, saber que tú dudas, sobre si estar aquí o en Asgard me hace dudar a mí también.
—Asgard no tiene nada que ver.
—Por supuesto que sí. No trates de engañarme. Sé lo mucho que piensas en esa joven.
—No sé de quién me habla —dijo rápidamente.
Helena era su secreto, suyo y de nadie más.
—Death Mask, escucha, quédate si quieres. Pero te pido que escuches a tu corazón, sólo él sabe lo que realmente deseas.
¿Escuchar a su…?
Helena.
No. No podía ser posible, él no nació para vivir con alguien como ella, ni siquiera sabía si Helena le esperaba. No es como si tuviesen alguna relación que mantener y ella era libre.
Libre para ser feliz con un hombre que la respetase y la amase.
—Ve a Cáncer y piénsalo bien —recomendó Saori caminando hacia Saga, quien la esperaba a una distancia prudente.
Al mirar al griego a los ojos, Death Mask supo que realmente la maldad que una vez habitó en él se había ido. La lealtad que expulsaba de sus ojos hacia Athena era absoluto y de forma casi anormal, Death Mask comprendió ese sentimiento. Como todos ahí, él también daría su vida por ella, por la diosa que resguardaba a la humanidad. La diosa que los había perdonado por traicionarla cuando ella apenas era una bebé reencarnada. La diosa que protegía la tierra en la que Helena y sus hermanos vivían.
De nuevo estaba pensando en Helena.
Completamente irritado y confundido, Death Mask salió del Santuario viendo a sus compañeros de armas hablando entre ellos. Kanon, Mū, Aldebarán y Shaka se habían marchado ya, ahora Aioros se encontraba tratando de convencer a Shura y Aioria que lo acompañasen en Asgard.
—¿Acaso olvidas que yo decidí quedarme? —preguntó Shura un tanto incómodo por la cercanía amistosa de Aioros. Posiblemente aún no se perdonase del todo por haberle matado.
Aioria por su parte se quitó de encima a su hermano mayor.
—¡Ya te dije que no! ¡Me voy de aquí!
—¡Espera! ¡Aún tenemos mucho que planear! ¡Como por ejemplo los nombres de mis futuros sobrinos!
Riendo y dispuesto a seguir picando la paciencia de Aioria, Aioros le prometió a Seiya pasar tiempo con él una vez que pudiese convencer a su terco hermano de no dejarlo solo en su viaje.
Resignado al aproximamiento de un futuro dolor de cabeza, Shura puso una mano sobre su frente antes de despedirse y comenzar a bajar la escalinata con dirección a su propia Casa.
Los ex Santos de Bronce rieron pero al final también se separaron. Ikki fue el primero que partió abajo junto con Shun, Hyōga y Camus se dirigieron a Acuario mientras Seiya y Shiryū seguían al viejo maestro quien les invitó a comer.
Milo persiguió a Camus y al joven rubio, diciéndole a Hyōga que en definitiva se llevarían bien. También le avisó a su colega francés que el joven iba a saber muchas cosas de su pasado a lo que Camus por supuesto respondió con un gran puñetazo a su estómago advirtiéndole que le daría una dolorosa muerte si abría esa boca más de la cuenta.
Sin intenciones de intervenir en ese pleito, Afrodita y Death Mask terminaron por quedarse solos.
—¿Y tú acaso no piensas irte? —preguntó Death Mask sin mirar a su colega.
—Tú eres el que comete el error al quedarte aquí —insistió el de Piscis empezando a bajar las escaleras—. Básicamente no tienes nada por qué pelear en Grecia. No te sentirás tranquilo si no te vas.
—¿Y tú cómo puedes hablar sobre lo que pasará o no?
Deteniendo sus pasos, y con galante rapidez, el Santo de Piscis giró un poco su cabeza hacia su amigo, viéndolo fijamente.
—Yo sólo sé que estuviste repitiendo el nombre de Helena mientras dormías —se reincorporó retomando sus pasos—, ya depende de ti saber realmente lo que deberías hacer o no.
Pensativo, Death Mask miró a su colega irse. El hombre que con su colaboración y la de Shura, una vez ofrecieron ayuda a la traición de Saga, pensando que el poder y el control lo eran todo.
La sonrisa cálida de Helena le demostró lo contrario.
Dejó que el viento acariciase sus mejillas antes de voltear su cuerpo hacia el Santuario, hizo caso omiso a sus heridas frescas y caminó al interior del templo.
—CONTINUARÁ—
Chapter 5: Enfermedad
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En un principio ella pensó (en una fantasía tanto hermosa como aterradora) que su desmayo lo había provocado un bebé. Uno que soñaba tener junto con el hombre que le había salvado la vida y ahora se hallaba lejos de ella en Grecia.
Pero no.
—¿Agotamiento? —bisbiseó Helena sentada en la cama de su alcoba con las cobijas encima. Su cara pálida con ojeras se mostraba tan acabada que ya podría dársele por enferma. Otra vez.
Sus hermanitos, luego del susto catastrófico que los obligó a actuar rápido aún con la ventisca, esperaban afuera junto a algunos vecinos que decidieron ayudar a la familia, acompañando a los niños en su preocupación afuera de la alcoba de Helena.
El doctor recogía sus instrumentos sin retractarse en su veredicto.
—Así es —dijo con ese típico acento de los doctores maduros—. No es tan grave aún, pero debe cuidarse, su salud ha mejorado gracias a las medicinas que pudimos conseguir del extranjero pero… no vale confiarse. ¿Ha comido bien? Seguramente no ha dormido las horas que debería —la reprendió.
¿Comer bien? ¿Dormir? ¿En qué momento? Ella tenía que vigilar sus flores, su negocio, su dinero, sus clientes y sus hermanos. ¿En qué momento del día podía hacerse cargo de ella misma? Por favor, que el doctor tuviese por ahí alguna poción mágica para hacerla recuperar todas sus energías luego de años y años de arduo trabajo, y que también por favor le pusiese un precio generoso.
—Tengo deberes que hacer, doctor —respondió queriendo darse aires de fuerza, cosa que no funcionó dado a la mirada severa del médico—. Mis hermanos no se alimentan solos, debo…
—Debe descansar o no quedará lo suficiente de usted para que siga manteniendo a sus hermanos —reprendió duramente el médico de mediana edad—. Entiendo su sentido de la responsabilidad, señorita; pero no debe olvidar que todos los seres humanos tenemos un límite. Usted se ha excedido en su trabajo y debe descansar o esto sólo empeorará y sus hermanos no tardarán en quedarse solos después de enterrarla.
Haciendo una mueca de espanto, Helena abrió la boca sin poder responder.
—Descanse, coma sanamente y duerma. Le aconsejo que intente ejercitarse por las mañanas, intente comer más avena, tomar agua regularmente; desayunar, más que nada frutas entre ellas el plátano, y de vez en cuando haga ejercicios de respiración.
—¿A qué se refiere con eso?
—Me refiero a que aprenda a respirar, su cerebro necesita oxigenación y si no lo tiene, tendrá grandes problemas.
El doctor la ayudó con dichos ejercicios, la ayudó a manejar dicha sesión, le impuso una dieta saludable a base de vitaminas y fibra. Luego de darle unas pastillas que la ayudarían a rehabilitar sus energías con más rapidez, salió de su alcoba diciendo que si necesitaba algo más lo llamase.
Antes de salir le advirtió que el medicamento que le dio lo usase sólo por una semana en ayunas, excederse podría costarle caro y si ella seguía sus instrucciones no necesitaría comprar más pastillas. Helena tomó nota de ello.
Sus hermanos entraron estrepitosamente como un grupo de caballos de carrera y se amontonaron alrededor de su cama. Verlos preocupados le rompió el corazón; más de lo que ya estaba.
Helena intentó calmarlos diciéndoles que estaría bien si seguía las indicaciones del médico. El verdadero problema venía con la duda sobre qué hacer con su negocio y sus deberes. El doctor le había ordenado explícitamente guardar reposo, pero no tenía el dinero suficiente para pagarle a nadie que hiciese de comer o atendiese su negocio.
Pensó rápidamente en pedirle ayuda a la dama Hilda pero tampoco encontró la solución ahí, la sacerdotisa no tenía la obligación de ayudarla a menos que su florería mágicamente se volviese indispensable para la supervivencia de Asgard cosa que Helena no veía de cerca ni con todo el agotamiento del mundo.
Se acostó junto a sus hermanitos, mirando el techo. Ellos terminaron durmiéndose con ella, aún si eso significaba poner sus cabecitas y pies encima de su cuerpo.
«¿Ahora qué haré?». Si ella seguía desgastando su cuerpo como el médico lo había dicho, terminaría muriéndose. ¿Entonces quién cuidaría de sus hermanos?
Necesitaba encontrar una solución pronto.
…
Por la mañana, apenas los pájaros empezaron a cantar, Helena se vistió y salió no sin antes dar órdenes claras a sus hermanos de desayunar pan y leche en silencio y luego ir de regreso a la habitación para esperarla. Sabía cómo eran los niños así que Helena no se confió en la promesa de los infantes por mantenerse quietos por lo que apresuró sus pasos a diversos negocios de alimentos, verdulerías y abarrotes. Consiguió la avena, los plátanos y frutos secos.
Dispuesta a no dejarse vencer regresó a su casa donde sus hermanos la esperaban jugando entre ellos.
—¡Prepárate para morir!
Esperándose eso, Helena entrecerró sus ojos ante el espectáculo.
Sus cuatro hermanos jugaban a ser caballeros, peleando sin reparar en los daños y ya veía a uno de ellos sangrando prontamente por la nariz.
—¡Ya basta! —intervino—. ¡Nadie gana hoy!
Helena pasó casi 20 minutos tratando de separarlos. Se fueron otros 20 en intentar hacerse un desayuno comestible y otros 20 en intentar comer con sus hermanitos discutiendo por saber quién había ganado. ¿Acaso no la oyeron cuando dijo que nadie ganaba?
—Ya dije que nadie ganó hoy —insistió Helena terminando la fruta, exhalando aire en un intento de calmar sus nervios—. Bien, ahora vámonos a trabajar que ya es tarde.
—Ay no, vamos a quedarnos aquí.
—Sí. Yo no quiero ir.
—No discutan —espetó Helena imponiendo orden—. Vámonos.
Cerró la puerta con el seguro de siempre, abrigándose bien y asegurándose de que los niños estuviesen en iguales condiciones. No había caído en cuenta de que había olvidado tomar las pastillas para sus vitaminas, y cuando lo hizo no le tomó mucha importancia.
Llegó a su negocio. Lo atendió hasta media tarde, cuando designó que ya era hora de tomarse su descanso vespertino.
Para la cena, Helena mandó a dos de sus hermanos por algunas piezas de carne de pollo que más tarde uniría con verdura, haciendo un caldo delicioso que se terminó ese mismo día. Ella se consideró afortunada por tener hermanos que no discriminaban la comida, ya fuesen verduras o carne, ellos comían sin quejarse tanto, algo que agradecía mucho.
—Vamos, es hora de lavarse los dientes y alistarse para ir a dormir —los organizó mientras ella se entretenía tejiendo un suéter pequeño.
—No —se quejaron juntos.
—Andando, se va la luz —apremió acompañándolos afuera, ahí ya nadie replicó tanto, cada uno tomó turno. Helena fue la última.
Para dormir les preparó un té caliente que los ayudaría a dormir, una vez que los arropó ella misma fue a la chimenea, ahogó el fuego, se cambió la ropa, cepilló su cabello y se acostó a su cama luego de asegurarse que los seguros de la casa estuviesen bien puestos.
Cerró sus ojos tratando de no malgastar sus horas de sueño pensando en tonterías.
«No volverá» se repitió por milésima vez desde que la dama Hilda le había notificado el paradero de Death Mask, «nos ha olvidado. Se ha ido».
Se giró de lado para intentar relajar su mente, pero como todas las noches, le costó por lo menos una hora lograrlo. Le costaba mucho trabajo mantener sus días en orden, pero al menos lo estaba logrando.
Pronto… pronto, Death Mask sólo sería sólo un bello recuerdo y sus hermanos no serían pequeños siempre, contaba con que crecerían y la ayudasen con los gastos de la familia hasta que se independizasen al fin y tomaran rumbos diferentes.
Lentamente sentía que su alma volvía a pertenecerle sólo a ella.
—CONTINUARÁ—
Chapter 6: Engaño
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Estornudando y estornudando. Así fue como Helena pasaría todo un mes; entre cansada, con fiebres altas y tos, la florista tuvo que solicitar la ayuda de sus hermanos, quienes para su sorpresa se acoplaron bien al trabajo.
Mientras los niños hacían los ramos, cambiaban la tierra de las masetas y regaban con agua fresca traída desde el río, las flores y las plantas, las niñas se dedicaban a ofrecer dichas flores a los clientes. Gritando por atención de forma animada e inventándose descuentos (con la aprobación de Helena).
Lo único que la dama tuvo que hacer fue supervisarlos y administrar el dinero.
Con todo y su enfermedad, se sintió dichosa por tenerlos consigo; a veces cocinaba ella, a veces sus hermanos se las arreglaban para conseguir buenos precios por la carne y los vegetales para hacer ensaladas o sopas.
Al llegar la primavera todo pareció ir mejor, Helena recuperó su salud y junto a sus hermanitos hicieron crecer el negocio. Las niñas ofrecían ramos de flores, los niños imponían sus vigorosos espíritus en hacer trabajos más pesados como cargar masetas y cambiar la tierra.
Todos terminaban agotados pero satisfechos cada vez que las ventas eran favorables. Tanto así fue el repertorio de responsabilidades entre toda la familia que Helena se permitió tomarse un día de descanso.
Un día en el que pudiese acompañar a sus hermanos al centro del pueblo, uno donde podía sentarse en una fuente a tejer más suéteres y bufandas para ellos, uno donde conoció a algunas nuevas amigas y volvió a ver a la joven Lyfia.
—Parece que todo va bien —acertó la chica de cabello azul amigablemente.
—Afortunadamente Odín nos ha bendecido con fuerza y salud —agradeció Helena—, esperamos que nuestras ofrendas sean del gusto de nuestro señor.
—Seguro que sí —presagió Lyfia, luego suspiró con nerviosismo—. La dama Hilda dice que dentro de poco yo habré terminado mi entrenamiento y podré ocupar su lugar como la representante de Odín.
—Es impresionante —sonrió Helena—, seguro lo harás muy bien.
—Eso espero —masculló impaciente—, no sé si pueda llegar a ser tan buena como la dama Hilda, pero haré mi mejor esfuerzo.
—Te deseo mucha suerte.
Platicaron por un rato antes de que Fródi, el Dios Guerrero más famoso de Asgard y el que supervisaba a los nuevos aspirantes, llegase para escoltar a Lyfia de regreso al Valhalla.
—Es una pena que ya deba irme —dijo Lyfia despidiéndose—. Espero puedas pasar al palacio y beber té con nosotras.
—Por supuesto, te agradezco la invitación.
—Nos veremos después, adiós.
—Adiós.
Mirarlos caminar juntos le producía una bella sensación a Helena, una agradable que le hacía creer en el amor verdadero. En definitiva no eran celos, pues se sentía muy feliz de que la señorita Lyfia y el señor Fródi pudiesen ser cada día más unidos, siendo antiguos amigos de la infancia y ahora ella sacerdotisa y él caballero, Helena creía firmemente que ambos estarían bien mientras confiasen el uno en el otro.
Helena continuó su tejido luego de asegurarse de visualizar aún a sus hermanos. O eso hasta que un nuevo ápice de tristeza la hizo detenerse y mirar al frente sólo para abrir los ojos enormemente al visualizar a un hombre apuesto, alto y rubio que ella recordaba bastante bien.
—¿Aioria?
Levantándose y yendo rápido hasta donde el visible extranjero se encontraba caminando junto a otros dos, Helena alcanzó al Santo.
—¡Aioria! ¡Aioria de Leo!
Asombrosamente atractivo, el chico de ojos verdes se giró para mirar a la florista acercándosele.
—Tú eres…
—S-soy… yo, soy amiga de la señorita Lyfia, mi nombre es Helena.
El silencio un tanto incómodo fue palpable entre ambos durante un par de segundos.
—Disculpa, pero no te recuerdo —masculló apenado poniendo una mano sobre su nuca.
—Sí, comprendo. Nos vimos solo una vez —Helena se sonrojó al creer que estaba haciendo el ridículo.
—Pero dijiste que eres amiga de Lyfia, ¿no es así?
—Sí, así es —con una sonrisa y por su bien, ella omitió decir que recordaba al joven de Leo a la perfección porque la chica de azul hablaba mucho sobre él; siempre con admiración en sus palabras.
Helena se preguntó si Lyfia se habría enamorado de él por la forma en la que lo recordaba. Una parte de ella se preguntó si eso podría ser posible. Aunque hace no mucho la hubiese visto feliz paseando al lado del señor Fródi, ¿sería acaso una posibilidad que Lyfia guardase sentimientos románticos hacia el chico griego?
—Supongo que por eso me recuerdas —masculló apenado—, bueno en ese caso supongo que podrás decirme si ella está en el Palacio Valhalla.
—Sí, ella está ahí junto a la dama Hilda y la señorita Fleur.
—Hey, adelfos eso es justo lo que te llevo diciendo desde hace horas.
Mirando hacia atrás, Helena vio a otro guapo hombre con una cinta roja en la frente, de melena castaña y ojos azules, su apariencia era casi igual a Aioria, solo que más maduro y fornido de los hombros. Ellos estaban junto a otro caballero de curiosa melena azulada oscura y ojos casi violetas.
—Cállate Aioros, sólo quería asegurarme —masculló Aioria entre dientes en respuesta.
—¿Quisieran dejar de discutir, por favor? —preguntó el hombre de cabello azul cuyo nombre Helena desconocía.
—Hola jovencita —dijo Aioros en un todo animado—, ¿eres amiga de Aioria cierto?
—E-eh yo soy amiga de la señorita Lyfia y conocida de la dama Hilda. Mi nombre es Helena, es un gusto.
—El placer es todo mío. Ahora si nos disculpas, mi hermano, Camus y yo debemos seguir.
No había nadie más con ellos.
—Sí, entiendo —musitó—. Ha sido un placer verles de nuevo por aquí.
—Adiós, Helena y gracias por la información —dijo Aioria.
Así los 3 hombres partieron a la misma dirección que habían tomado Lyfia y Fródi hace un momento. Helena miró pensativa al rubio y meditó en lo que podría pasar si ambos se veían. Las posibilidades eran infinitas, porque si era verídico que Lyfia guardase emociones románticas hacia Aioria, ¿sería correspondida o el Santo de Athena tendría a alguien más esperándolo en Grecia?
«No es asunto mío» se regañó llamando a sus hermanos.
Pero… si estos hombres habían ido a visitar Asgard, ¿entonces todo problema en Grecia estaba resulto?
«No seas tonta» miró el piso, «eso no significa que volverá» luego parpadeó y quiso golpear su cabeza contra la pared más cercana «¡no otra vez! ¡Dije que lo olvidaría y eso haré!».
Al caminar de regreso a casa y en contra de su buen juicio, Helena fue meditando sobre muchas cosas relacionadas al guardián de la Casa de Cáncer, si estaría bien o si de verdad planeaba jamás regresar.
Arrepentía mucho por no haberle podido preguntarle nada a Aioria.
«Eres como una niña que sigue creyendo en Santa Claus» se dijo abriendo la puerta de su casa para dejar que sus hermanitos se adentrasen. Todos excepto la niña menor.
Soltando un gemido por el susto, Helena la llamó encontrándola viendo una calle aledaña que daba a un callejón nada aconsejable para los niños.
—¡¿Qué haces?! ¡Debes regresar! —la reprendió fuerte—, ¡sabes que aquí no debes entretenerte lejos!
Miró el callejón oscuro y vacío.
—Pero hermana, lo vi —se excusó, Helena no quiso saber nada.
La llevó de la mano haciendo oídos sordos a lo que la pequeña tuviese que decir.
Ignoró con pena sus palabras: “Lo vi”, y “regresó”. No más, ya habían pasado más de 3 meses y su corazón no iba a soportar otra desilusión, porque cabe mencionar que durante varios días sus traviesos hermanitos se habían decidido jugarle varias bromas así.
Durante un tiempo fue gracioso/doloroso, pero ahora Helena estaba harta de esos chistes.
—¡Madura ya! —le gritó cansada—, ¡no me importa nada de lo que digas! ¡Me desobedeciste y por eso no tendrás postre este fin de semana!
Con fuerza, la metió a la casa cerrando la puerta con fuerza. La niña la miró enojada.
—¡Yo no miento, yo no miento! ¡Lo vi! ¡Y tú eres mala! ¡Mala!
—¡¿Soy mala por quererlos a salvo?! ¡Bien, soy mala! ¡Ahora vete a tu cuarto y no salgas hasta que sea hora de cenar!
—¡No quiero comer nada! ¡Cómetelo tú! —enfadada, la niña se fue dando puntapiés al piso.
—¡No me hagas ir por ti! ¡Y si pones seguro a la puerta voy a seguirte castigando!
La pequeña azotó la puerta del cuarto, Helena se pasó una mano por el cabello y miró a los otros 3 quienes callados pero preocupados miraron la escena.
—¿Cuántas veces les he dicho que no se acerquen a los callejones? —les preguntó todavía asustada—. Pudo pasarle cualquier cosa en esos segundos que no la vi, desde que alguien malo se la llevase o la matase ahí mismo; corren tiempos difíciles en Asgard. Nunca deben olvidarlo.
—Sí, Helena —respondieron al unísono tan incómodos como ella se sentía.
Luego de suspirar, Helena miró a la otra niña.
—Ve con ella, debe cenar.
Asintiendo la pequeña fue a donde su hermana, los niños la ayudaron a rejuntar leña y encenderla. Helena cortó vegetales para preparar una ensalada y té para la cena; lamentablemente ninguna de las niñas salió para comer.
Aún enojada e indispuesta a dejarse vencer, Helena comió en compañía de los varones, quienes en todo momento se mantuvieron inusualmente callados.
Esa era de las pocas veces en las que Helena perdía la paciencia y les reprendía con tanta fuerza. De las pocas veces en las que ella gritaba; y sin embargo los niños no eran tan tontos como para no comprender que su hermana mayor no quería que algo malo les ocurriese y por eso actuaba así cuando la desobedecían.
Helena dejó platos extra en la mesa pidiéndoles a los niños que fuesen por sus hermanas y las convenciesen de comer. Ella saldría a caminar a la calle y no quería que sus hermanitas se fuesen a las camas con los estómagos vacíos.
Aunque fuese peligroso, Helena sabía que si no salía de casa, sus hermanas no confiarían en que comerían en paz. De cierto modo, saber eso le dolió.
—CONTINUARÁ—